
En el crecimiento de un árbol, su proceso y etapas van desde un pequeño tallo o ramita hasta convertirse en un resistente tronco, donde surgen más ramas. En analogía con la vida de una persona, podemos entender que la niñez representa la etapa en la que al igual que una ramita, somos débiles y frágiles, en ese tiempo es indispensable tomar los nutrientes que garanticen el crecimiento y la fortaleza necesaria para resistir los embates que se presentarán.
Cuidar de nuestro crecimiento físico, desarrollar hábitos saludables y nutrirnos continuamente en el entendimiento espiritual de la paternidad de Dios, hará que nuestra vida sea fortalecida y transformada.
«Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios era sobre él» (Lc. 2.40, RVR60).
Teniendo como ejemplo la vida de Jesús, aprendamos a fortalecernos para ser como ramas fuertes, llenas de hojas que se extienden y se transforman en un árbol frondoso que dará cobertura a aquellos que lo necesiten.