
«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente...» Sal. 91.1 (RVR 60).
Siempre me han gustado los árboles: los frondosos del verano, plenos de sombras y frutos; los otoñales con sus hojas multicolores; los grises del invierno que muestran sus troncos y ramas como caminos sin fin; los primaverales con sus flores y brotes. Cada uno de ellos me habla de vida, nueva esperanza, crecimiento, oportunidades, luces y sombras.
Cuando el sol es abrasador nos refugiamos a la sombra reparadora de un árbol, renovamos fuerzas, descansamos y seguimos el camino. Dios es luz y fuego abrasador, pero también es sombra acogedora, protección, abrigo, descanso y confianza que nos libra y protege del maligno.
Confiar en su protección es sentirnos empoderados y cubiertos con su mano poderosa, como frágiles pichones bajo las alas de su progenitor que lo cuida y ampara con esmerado cuidado. «Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré» Sal. 91.2 (RVR 60).