En el tiempo que rige nuestra historia, cada diciembre cerramos ciclos, despedimos el año que se va y damos la bienvenida al que está por llegar. Concluimos una etapa escolar y recibimos las vacaciones. Nos graduamos y emprendemos el rumbo profesional. Reflexionamos sobre alcanzar metas, obtener logros, armar nuevos planes y continuar.
Sin embargo en la concepción eterna de Dios, no hay cabida para ciclos, días o años, porque en Él experimentamos la maravillosa gracia de que cada día las cosas son hechas nuevas, «Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre».
Con Dios siempre tendremos novedosas enseñanzas de vida, nuevos horizontes, una comunión renovada, nuevas alabanzas y melodías. Siempre seremos desafiados a ir a más.
Tomemos en nuestras manos el desafío de dejar un legado mayor que el que recibimos, a los cercanos y a los lejanos, entendiendo que no se trata de nuestro récord sino del de Jesús, el varón perfecto; velando por sus propósitos extendidos a todas las generaciones.