
Si pienso en un fruto, pienso en sabor, olor, colores y texturas. Es un regalo del Creador ver una fruta y su magnífica creatividad en ello. Soy del trópico, un lugar privilegiado donde todo el año se ven frutas y se consumen todo el tiempo por los distintos pisos térmicos de mi país, Colombia.
No dimensionamos todo el proceso que un fruto vive para luego disfrutarlo. Hay una verdad que Dios nos habla en su Palabra: «Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina» Ez. 4.12 (RVR60).
A fin de ver manifestada esta palabra de dar fruto en todo, necesitamos ser de esos que permanecen junto al río, el que emerge de su santuario, que es la presencia misma de Dios. Dar fruto es manifestar la vida de Dios y sus virtudes como lo es el amor, paz, paciencia, fe, bondad, benignidad, gozo, mansedumbre y dominio propio. Es el resultado de ejercitar nuestra fe, produciendo una cosecha espiritual en su tiempo justo de madurez.