Nos rodean los oprimidos, abusados y desplazados. Claman a Dios las viudas, los huérfanos y los desesperanzados.
«¿Qué es lo que demanda el Señor de ti? Solo practicar la justicia, amar la misericordia y andar humildemente.» Miq. 6.8
Mientras vamos haciendo discípulos aquí y hasta lo último de la Tierra, hagamos justicia. La que enaltece a Dios, que es bíblica, integral y que proclama las buenas nuevas.
Como intercesores, recordemos que según el profeta Isaías (1.15-17), “...aunque multipliquen las oraciones no escucharé, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, reprendan al opresor, defiendan al huérfano, aboguen por la viuda…”
Nosotros somos la sal de la tierra, con nuestro testimonio de vida, demostremos que somos embajadores del Reino, para que el buen Nombre de nuestro Señor sea exaltado y no vituperado.
«Que fluya el derecho como agua y la justicia como un río inagotable (…) que fluyan entre ustedes como las aguas de un río y, que sean virtudes tan fuertes como las aguas de un torrente profundo». (Am. 5.24, NBV)